sábado, 29 de septiembre de 2012

El slide


Slide significa deslizar en inglés. Y la técnica del slide en la guitarra es justamente eso: deslizar hacia arriba o hacia abajo un cilindro metálico o un cuello de botella sobre las cuerdas del mástil para obtener un sonido más punzante, casi como un lamento profundo, un llanto desesperado o un gemido sensual. El sonido que produce la guitarra con slide es uno de los más característicos del blues. En su versión acústica, define el estilo del Delta del Mississippi, mientras que su faceta eléctrica representa la potencia del blues de Chicago. Claro que cercar el uso del slide a esas dos variantes sería encasillarlo, ya que en realidad es mucho más amplio: se utiliza en el rock, en el country y, especialmente, en la música hawaiana.

Mano izquierda de Hound Dog Taylor
Rastrear el origen del slide es una tarea titánica. Como bien escribió el prestigioso músico Gabriel Grätzer en su revista Notas Negras “desde tiempos remotos, el ser humano ha deslizado objetos como piedras, metales o vidrio sobre los distintos instrumentos de cuerda. En África del Oeste existen algunos como el dan bau que se remonta al siglo XVI, cuya única cuerda afinada, generalmente en Do, se enganchaba a una cabeza de calabaza que era, a su vez, utilizada como resonador. Un trozo metálico o un hueso eran empleados para deslizarse por sobre la cuerda y así cambiar la altura de las notas. En Asia, en países como China, Vietnam o Filipinas, existía, con diferentes nombres, el duxianqin o guquin similar al dan bau y que por su forma de tocarse de manera de lap, es un antecesor del lap steel guitar. En la India Subcontinental, se encontraba el vichitra veena que se tocaba deslizando una bola de vidrio por la única cuerda que lo componía”.

La utilización del slide en el blues es tan vieja como el género mismo. Los músicos primitivos, por lo general, usaban una navaja o una botella para obtener ese sonido tan característico. Uno de los casos más notorios de comienzos del siglo pasado es el del texano Blind Willie Johnson, que combinaba el blues con el gospel y cantaba con una de las voces más potentes y densas que jamás se hayan escuchado. Sin embargo, una de las primeras referencias al uso del slide la aportó el legendario W.C. Handy. En 1903 esperaba un tren en el poblado de Tutwiler, Mississippi, para ir hacia Clarksdale cuando escuchó a un vagabundo tocar la guitarra. Le llamó mucho la atención el sonido que obtenía y cuando se fijó bien notó que éste usaba una navaja para pasar de un traste al otro. Eso impactó tanto a Handy que lo llevó a componer una canción inspirada en la melodía que escuchó esa noche y que pasó a la historia como Yellow dog blues. Muchos señalan que ese episodio le dio su nombre al blues.

Las referencias históricas apuntan a que el primero en grabar usando la técnica del slide fue el olvidado Sylvester Weaver. Ocurrió en 1923 y esos temas, que fueron editados por el sello Okeh, son Guitar blues y Guitar rag. En el Delta del Mississippi el slide o bottleneck se convirtió en un accesorio obligatorio de los guitarristas. Charley Patton hacía chillar las cuerdas de su Stella. Lo mismo hacía Son House con su dobro o Robert Johnson con la Kalamazoo KG-14. “La guitarra generalmente se afinaba en lo que se denomina sol o re abierto y el uso del slide está más ligado a lo rítmico que a lo melódico. Los intérpretes de esta región tienden a usarlo como respuesta vocal a la vez que marcan de manera muy enfática los cambios de acordes”, explicó Grätzer.

Duane Allman
El uso del slide se propagó por todo el sur de los Estados Unidos. En Texas, el ya mencionado Blind Willie Johnson y Blind Lemon Jefferson fueron sus máximos exponentes. En la Costa Este, apareció Blind Willie McTell y en Georgia Tampa Red, quien luego se mudó al norte y fue uno de los pioneros del blues de Chicago a comienzos de la década del 30. Pero sin duda el efecto más penetrante de la guitarra con slide se afirmó en esa ciudad a fines de los 40 con la electrificación del sonido. Músicos como Muddy Waters, Elmore James, Robert Nighthawk y Homesick James adaptaron el estilo del Delta, de donde provenían, al de la gran ciudad. Cada uno le fue imprimiendo su propio sello y eso dio pie, en las décadas siguientes, al surgimiento de otros guitarristas como Hound Dog Taylor, J.B. Hutto y John Littlejohn, que llevarían el slide a una nueva dimensión, más cruda y acelerada que la anterior. Los primeros músicos blancos de blues en destacarse con el slide aparecieron a finales de la década del 60, al calor del redescubrimiento de guitarristas como Mississippi Fred McDowell o el mismísimo Son House. Johnny Winter, Duane Allman y John Hammond Jr. en los Estados Unidos; y Jeremy Spencer, de Fleetwood Mac, en Inglaterra, fueron de los primeros blancos en hacer escuela con el slide.

Hoy, ese pequeño tubito metálico sigue marcando el ritmo del blues y estilos afines de la mano de grandes músicos como Lil’ Ed Williams, Sonny Landreth, Alvin “Youngblood” Hart, Derek Trucks y muchos más. Solo basta escuchar ese sonido afilado para sentir como el alma se desgarra o se excita al compás del blues.

jueves, 27 de septiembre de 2012

Regreso y lanzamiento

Foto Luis Mielniczuk
Tom Principato está de regreso en la Argentina. Ayer pasó por los estudios de Vorterix donde tocó algunos temas, en lo que fue apenas un pequeño anticipo de lo que hará el sábado en Mr. Jones. Su regreso al país tiene un condimento especial: presentará el DVD Live in Bs.As, que fue grabado el año pasado en el mismo bar de Ramos Mejía.

Yo no pude ir a ese show pero sí fui al que dio en La Trastienda para esa misma época. Fue un concierto vibrante en el que dejó demostrado que es un tremendo guitarrista y un notable compositor. Más allá de tocar sus blues, también rindió homenaje a Santana y a Albert King, no ocultó su pasión por el estilo de Eric Clapton y sorprendió con su aproximación a la música de raíz porteña con su Tango’d up in blues.

Todo eso también está en el DVD. Son 13 canciones en las que Principato está acompañado por una banda que funciona como una pieza de relojería suiza: Gustavo Villegas (teclados), Martín Cipolla (bajo) y Julián Villegas (batería). El trabajo, que fue grabado y mezclado por Rogelio Rugilo, se suma a la extensa discografía del guitarrista, cuyo primer álbum, Blazing Telecasters junto a su mentor Danny Gatton, fue editado en por el sello Powerhouse en 1984.

Así que ya saben: el sábado es una buena oportunidad para reencontrarse con un exquisito guitarrista, cultor del perfil bajo y de la buena música, y de paso llevarse su flamante DVD a casa.


 

martes, 25 de septiembre de 2012

Lo nuevo de Blues Traveler

Primera aclaración para quienes no los conocen: Blues Traveler no es una banda de blues, aunque en sus comienzos se nutrieron de esa música. Así que no esperen doce compases cuando los escuchen. La agrupación neoyorquina se formó en 1988 y, aunque todavía falte un año, ya están celebrando su 25º aniversario. Es que siempre fueron unos adelantados, especialmente por el sonido único de la armónica de John Popper, sin dudas el sello que los distingue de cualquier otra banda surgida en los albores de la década del 90.

Suzie cracks the whip es un disco alegre, vital y apasionado. Las canciones tienen melodías pegadizas, con cierta orientación pop, pero no son un pastiche comercial. Muestran la capacidad del grupo para seguir haciendo temas agradables en los que Popper y el guitarrista Chan Kinchla pueden lucirse con solos novedosos, como lo hicieron en otros grandes discos como Save his soul (1993) o Four (1994).

Los dos primeros temas –You don’t have to love me y Recognize my friend- tienen ritmos atrapantes y letras gancheras, ambas pensadas para convertirse en hits, o al menos en referencia para sus fans. El álbum sigue con la armónica de Popper volando entre la melodía de Devil in details, que parece haber nacido de una canción de Santana, más que nada por el sonido de la guitarra de Kinchla. All things are possible tiene cierta aura reggae y en Things are looking up la banda retoma la senda del rock and roll con la voz y la armónica de Popper distorsionadas por un efecto del micrófono. Love is everything (That I describe) es una balada romántica con un solo dulce y efusivo del voluptuoso armonicista.

El álbum sigue con otro de los temas que apunta a liderar los rankings de las FM. Don’t wanna go tiene una melodía contagiosa, con aires de viejo soul mezclados con un incipiente country swing, en el que el que la voz del cantante se fusiona con la de Crystal Bowersox, figura surgida del reality American Idol, cuyas influencias son Melissa Etheridge y Janis Joplin. Nobody fall in love with me tiene un dejo campestre más pronunciado, mientras que con Cover me, Saving Grace y Big City girls recuperan su sonido rockero más característico. El disco termina con Cara let the moon, en el que a Popper parece tratar de emular al Billy Joel más clásico acompañado solo por el piano de Ben Wilson. Con todo, el undécimo disco de estudio de los Blues Traveler mantiene la identidad que supieron forjar durante más de dos décadas, gracias al talento de uno los armonicistas más notables e innovadores.

viernes, 21 de septiembre de 2012

El pianista

Tal vez su nombre no surja de inmediato cuando uno empieza a mencionar a los maestros del género y eso es una gran injusticia. Sunnyland Slim tocó blues durante casi 70 años. En su larga trayectoria compartió escenarios y estudios de grabación con casi todos los grandes. Pero el dato más importante de todos es que fue uno de los responsables de apuntalar la carrera de Muddy Waters.

Albert Luandrew nació en una granja cercana al poblado de Vance, en Mississippi, el 5 de septiembre de 1907 y se crío en un ambiente rural donde juntar algodón, ir a la iglesia y escuchar field hollers era algo de todos los días. Como la mayoría de sus contemporáneos, al dejar la adolescencia abandonó el Delta y emigró hacia el norte. Su primera parada fue Memphis. Allí se hizo habitué de los juke joints de Beale Street y compartió whiskys y canciones con otro pianista de renombre, Little Brother Montgomery, y la legendaria Ma Rainey. El seudónimo de Sunnyland Slim se lo ganó allí, debido a su contextura física y a su canción Sunnyland train, dedicada al tren que unía a esa ciudad con St. Louis.

A comienzos de la década del 40, Slim siguió rumbo norte. Su destino, que finalmente adoptaría como hogar, fue la ciudad de Chicago. Llegó en el momento en el que blues comenzaba su proceso de modernización. El sonido del sur comenzaba a cobrar una nueva fuerza y las guitarras eléctricas empezaban a ganar terreno. El hombre del piano se aferró a su instrumento para convertirse en uno de los músicos más aguerridos de la ciudad. Sus primeros trabajos fueron junto al armonicista John Lee “Sonny Boy” Williamson y como cantante de la banda Jump Jackson’s, con quienes pisó por primera vez un estudio de grabación en 1946. Eso le dio la posibilidad de mostrarse y así, el año siguiente, grabó como solista ocho canciones para el sello RCA Victor, acompañado por Blind John Davis y Big Bill Broonzy.

Por entonces fue protagonista de un acontecimiento que sería decisivo para la historia del blues. Durante unas sesiones para el sello Aristocrat contó con los servicios de un joven guitarrista de Rolling Fork, Mississippi, que se hacía llamar Muddy Waters. Dos temas, Johnson machine gun y Fly right, little girl, fueron editados en el excelente The Chronological Sunnyland Slim 1947-1948. En ese álbum también aparece Slim junto a Lonnie Johnson y, en otros temas, acompañado por la armónica de Little Walter. La grabación junto a Muddy fue un paso clave para el futuro padre del blues de Chicago en su naciente y próspera relación con los hermanos Chess. Sunnyland Slim sería retribuido: colaboró en un par canciones en la primera sesión de Muddy Waters para el sello.

A partir de entonces, Sunnyland Slim se convirtió en un referente ineludible del blues de Chicago. Con los años llegarían las giras por Europa y decenas de discos, en los que dejó asentado su estilo único para tocar el piano, que si bien no fue tan sofisticado como los de Memphis Slim u Otis Spann, resaltó por sus bajos pronunciados y sus trémolos asesinos con la mano derecha.

Otra de sus características distintivas fue su expresiva y poderosa voz, que se puede apreciar en múltiples grabaciones, especialmente en Slim’s shout, de 1969, en la además juega un rol clave el saxo endemoniado de King Curtis, o en The Sonet Blues Story, grabado en solitario en Suecia en 1974. Otro disco memorable es Be careful how you vote, editado por el sello Earwig en 1989, que reúne grabaciones de 1981 y 1983 en las que Slim contó con grandes músicos como Hubert Sumlin, Eddie Taylor, Magic Slim, Bob Stroger y un joven Lurrie Bell.

En sus últimos años de vida padeció muchas complicaciones de salud. Pese a eso siguió tocando, especialmente en B.L.U.E.S., el célebre bar la zona norte de Chicago. Una noche helada de marzo de 1995, salió de un show y el hielo le jugó una mala pasada: patinó en la calle y se dio un golpe tremendo. Eso hizo mella en su cuerpo, especialmente en sus riñones y murió pocos días después. Han pasado más de tres lustros y su música sigue teniendo la misma fuerza de otrora. Sin dudas, Sunnyland Slim representa buena parte de la historia del blues.

martes, 18 de septiembre de 2012

Chicago style

Este fin de semana estuve revolviendo en mi discografía y me sumergí en el blues de Chicago de la década del 60. Entre todo lo que escuché, me quedé prendido especialmente de estos tres discos, que definen el sonido de un lugar y una época determinada.

Otis 'Smokey' Smothers - Sings the back porch blues. Smothers llegó a Chicago desde el Mississippi a mediados de los 40. Diez años después fue contratado como segundo guitarrista por Howlin’ Wolf. El shuffle emocional y sencillo de Smothers captó la atención del sello Federal, y a fines de la década del 50 le hizo un contrato que no pudo rechazar. Entre 1961 y 1962 participó de las sesiones de este disco junto a Freddie King. Sings… es uno de los álbumes más codiciados por los seguidores del blues de Chicago y especialmente por los fanáticos de Freddie King, en su faceta de segundo guitarrista. Si bien fue reeditado en cd por el sello Ace en 2002, nunca fue un álbum fácil de conseguir y sigue siendo una figurita difícil al día de hoy. El disco mantiene un ritmo cansino, al mejor estilo Jimmy Reed, pero en el que Smothers demuestra todo su potencial. El cd tiene las doce canciones originales del álbum más una decena de versiones alternativas y un par de tracks que fueron grabados en 1963. Una joya imperdible.

John Littlejohn – Chicago Blues Stars. Su verdadero nombre era John Funchees y antes de instalarse en Chicago peregrinó por varios lados: Jackson, Mississippi; Rochester, Nueva York; y Gary, Indiana. Su estilo es una mezcla entre el blues crudo del Delta y el sonido eléctrico de la ciudad del viento, influenciado principalmente por Elmore James. John Littlejohn fue un maestro del slide y este disco, editado por el sello Arhoolie en 1969, es una buena muestra de todo su talento. Si bien muchos de los temas fueron escritos por él, la canción que lo define es Kiddeo, de Brook Benton. Además hay covers de Elmore James (Shake your Money maker), J.B. Lenoir (How much more long), Willie Dixon (What in the world you goin’ to do) y Muddy Waters (Catfish blues). La banda que lo acompaña está compuesta con guitarra rítmica, bajo, batería y dos saxos, aunque ninguno de ellos es conocido. Si lo es uno de los coproductores del álbum: el legendario Willie Dixon.

Luther Allison – Love me mama. La interpretación de Luther Allison es tan poderosa y cruda que hace de este disco una verdadera reliquia del blues del West Side de Chicago. Allison desangra cada una de las 14 canciones, entre los que hay temas de Eddie Boyd, Fats Domino, Elmore James, B.B. King y Howlin’ Wolf. Si bien lo que hace con la guitarra es fantástico, es más tremendo aún lo que logra cantando, los registros que alcanza y la vertiginosidad con la que vive cada canción. Sólo hay que escuchar cómo ruge angustia en Five long years o The sky is crying para entender de qué se trata el blues. La banda se acopla muy bien, principalmente por el trabajo del bajista Robert “Mojo” Elem y la segunda guitarra de Jimmy Dawkins. Bobby Davis (batería) y Jimmy Conley (saxo) completan la formación. Love me mama, grabado en 1969 y editado por el sello Delmark, fue apenas el primer álbum de su tremenda carrera.

sábado, 15 de septiembre de 2012

Esto es el blues

El blues es la mirada perdida de Billie Holiday mientras canta “My baby don’t love me no more...” Es el slide profundo de Muddy Waters en She’s nineteen years old o el aullido descarnado de Otis Rush en I can’t quit you baby. Sonny Boy Williamson sosteniendo su armónica con sus largos dedos y besándola como si se le fuera la vida en ello es blues. También lo es Otis Spann completamente poseído por la lírica de Ain't nobody’s business if i do y Carey Bell preguntándose “¿Quién me va a llevar a casa cuando este borracho?”.

Son House
La escena en la que Etta James y Dr. John se abrazan de la emoción mientras cantan a dúo I’d rather be blind tiene tanto blues como la interpretación visceral de Death letter de Son House. La leyenda de Robert Johnson y su pacto con el Diablo es BLUES (en mayúsculas). Life by the drop, por Stevie Ray Vaughan, tiene tanto blues que no admite lugar a la discusión. El Beefsteak blues de James Son Thomas resume en pocas palabras lo que muchos no saben siquiera empezar a describir.

El boogie hipnótico de John Lee Hooker y los rugidos feroces de Howlin’ Wolf son la esencia del blues. También lo son el slide penetrante de Elmore James en The sky is cryin’ y los ojos inyectados de sangre de Peetie Wheatstraw. El solo vibrante y emocional de Duane Allman en Statesboro blues es la mecha que enciende una bomba cargada de blues. Hubert Sumlin tocando en sus últimos años de vida asistido por un tubo de oxígeno es la pasión por el blues en su máxima expresión.

B.B. King
El blues está en la ruta o en una cama vacía. En un vaso de whisky y en las cenizas de un cigarro que se consume con cada pitada. El blues nace de un amor no correspondido o de la furia de una amante despechada. No tener trabajo es algo tan blusero como un jefe abusivo o un despido injustificado. Johnny “Guitar” Watson cantando Gangster of love tiene tanto blues como B.B. King cuando estira las cuerdas de Lucille en el solo de The trhill is gone. En definitiva, el blues está por todos lados. No sólo brota del alma de sus protagonistas, los músicos, sino también de la de aquellos que, como vos o como yo, lo escuchamos casi con devoción religiosa. Ya lo dijo Big Bill Broonzy: “El blues es un hecho natural, es lo que vivimos. Si no lo viviste no lo podes tener”.

miércoles, 12 de septiembre de 2012

Tempest, la bestia galante y burlona

Voy a comenzar esta reseña con una definición muy acertada de un periodista amigo, melómano y bebedor de exquisitos vinos. “A esta altura del partido es difícil que Dylan pueda sorprender con algo más que su integridad y coherencia artística”, me dijo el otro día Claudio Angelotti. Así, con muy pocas palabras, sintetizó lo que significa Tempest, el flamante disco de del viejo Bob, el número 35 de estudio de su extensa carrera, que salió a la venta ayer, 11 de septiembre, a 50 años del lanzamiento de su primer álbum solista.

Producido por él mismo, bajo el seudónimo de Jack Frost, Tempest se asemeja más a Time out mind (1997) que a Together through life (2009) o Moden times (2006). Aquí las letras son más oscuras, las catástrofes se hacen presentes y la violencia emerge en algunas canciones como Pay in blood: Sooner or later you make a mistake/ I'll put you in a chain that you never will break / Legs and arms and body and bone / I pay in blood, but not my own.

La banda que lo acompaña es la misma con la que vino a Buenos Aires en su última visita: Charlie Sexton y Stu Kimball (guitarras), Tony Garnier (Bajo) George G. Receli (batería), más la presencia multifacética de Donnie Herron. A ellos se suma David Hidalgo, de Los Lobos, que aporta sabor tex mex a algunos temas con el sonido de su acordeón.

Dylan aquí se aleja un poco de los viejos blues de las décadas del 30 y 40, y se inclina más por lo que mostró en vivo en su última gira: un blues más denso y contemporáneo, con incisiones crudas de rockabilly y country music. El ritmo de Early Roman Kings, por ejemplo, está inspirado en Manish boy, de Muddy Waters, aunque el acordeón de Hidalgo le da un aire renovado.

En el tema que da nombre al álbum, Dylan se toma más de 14 minutos y 45 versos para contar la historia del Titanic, con alusiones claras a los personajes de la película de James Cameron. Y cierra con Roll on John, dedicada a John Lennon, en la que además de relatar breves momentos de la vida del ex Beatle, cita algunas frases de canciones memorables: “I heard the news today, oh boy” y “Come together right now over me”.

Para cerrar voy a usar una frase que me encantó de otro amigo periodista, chileno él, Juan Ignacio Cornejo K, más conocido como Fucho: “(Tempest) es una bestia que a ratos se muestra galante, en otras burlona y distante y que sobre el final incluso se muestra vulnerable y frágil”. Y así es Dylan: una suerte de poeta salvaje que suelta dardos irónicos y una lírica profunda en un mundo interno repleto de contradicciones.

domingo, 9 de septiembre de 2012

Blues para todos (lanzamientos de septiembre)

Robert Cray – Nothing but love. El nuevo disco del distinguido guitarrista es realmente estimulante. Las canciones hablan sobre amor, ¡claro!, y muchas de las situaciones complejas que eso trae aparejado: rupturas, desengaños, soledad. Won’t be coming home, Sadder days, Fix this y I'll always remember you, son algunos de esos ejemplos. La voz de Robert Cray suena atrapante y seductora, su guitarra está más pura que nunca y las melodías souleadas son un placer. Lo acompañan sus fieles laderos: Richard Cousins (bajo), Tony Braunagel (batería) y Jim Pugh (teclados). En algunos temas se suman los vientos a cargo de Lee Thornberg. Si bien el álbum está en la línea de This time, su último registro de estudio de 2009, aquí la producción corre por cuenta de Kevin Shirley, el responsable de algunos de los discos de Joe Bonamassa solista o junto a Black Country Communion. Los fanáticos de Robert Cray van a escuchar Nothing but love sin parar y los demás lo van a disfrutar muchísimo, porque es música sentida interpretada por un verdadero maestro. Y no se pierdan el bonus track, una aguerrida versión en vivo de You belong to me.

Magic Slim & The Teardrops – Bad boy. No hay nada novedoso en el último álbum de Magic Slim. Y eso, con este artista, es una buena noticia. De algunos músicos uno puede esperar sorpresas, pero no en el caso de este viejo guerrero de mil batallas. Magic Slim es la esencia misma del blues de Chicago. El sonido de su guitarra es demoledor, así como también lo es su forma de cantar. Aquí, acompañado por sus eternos Teardrops, aborda doce temas, entre los que hay clásicos como la provocadora Someone else is steppin' in (Denise LaSalle), Champagne and reefer (Muddy Waters), Matchbox blues (Albert King) y How much more long (J.B. Lenoir). También hace una nueva versión de Highway is my home, la anterior la había grabado en el disco homónimo de 1978. Bad boy fue editado por el sello Blind Pig y es un registro notable del poder del blues eléctrico. Magic Slim está más vigoroso que nunca y eso se nota en cada acorde, en cada solo, en cada rugido que emite.

Smokin’ Joe Kubel & B’Nois King – Close to the bone. El título refiere a la manera de sentir el blues que tienen estos dos viejos bluesmen, bien hasta sus huesos. Casi nadie esperaba que estos experimentados músicos, que desarrollaron toda su carrera tocando shuffle y blues texano bien eléctrico, bajaran varios cambios hasta lograr desenchufar sus guitarras. Su debut para el sello Delta Groove es un unplugged enérgico y alucinante, en donde hay algunos blues ejecutados de manera tradicional, como Drowning in red ink o Mama’s bad luck child. Pero también hay otros acústicos menos convencionales como Poor boy blues, donde Kubek logra unos solos realmente inverosímiles, o My best friend, con una melodía conmovedora y unos licks muy novedosos. El sonido acústico les da más frescura y revitaliza lo que vienen haciendo desde hace 20 años. Aquí, además, contaron con las colaboraciones de algunos buenos amigos como Kirk Fletcher, Bob Corritore, Lynwood Slim y Shawn Pittman.

miércoles, 5 de septiembre de 2012

En el camino de la libertad

La historia del flamante disco de Alvin Lee se remonta a 1972. Así lo explica él en el librito del cd: “Luego del éxito de Ten Years After en el festival de Woodstock decidí seguir el camino de la libertad en vez de la ruta de la fama y la fortuna. Esa fue la decisión que tomé para escapar de la carrera y la responsabilidad comercial que imponía la industria discográfica. Yo por entonces tenía medio de morirme antes de cumplir los 30 años”. Sólo quería tocar la música que sentía y no lo que le exigía el mercado.

Alvin Lee dejó Ten Tears After en el mejor momento de la banda y se embarcó en un proyecto independiente que, de alguna manera, lo relegó a un segundo plano de la escena. Su primer disco sin el grupo lo editó en 1973, en compañía del cantante de southern soul Mylon Lefevre y se llamó On the road to freedom. Hoy, casi 40 años después, reedita ese mismo sentimiento musical, en el que manifiesta una amplia gama de influencias, de manera solitaria. En Still on the road to freedom expresa su felicidad por haber llegado hasta aquí haciendo lo que realmente tenía ganas de hacer.

Las 13 canciones del nuevo trabajo fueron elegidas entre 33 temas que compuso en los últimos cuatro años. La selección es variada. Hay un par de acústicos geniales: la cinematográfica Song of the Red Rock Mountain y la balada Walk on, walk tall. El rock and roll épico de los 70 cobra forma en el tema que da nombre al disco y el espíritu de Ten Years After aparece en el cierre con una nueva versión de Love like a man, donde la voz distorsionada de Lee antecede unos solos eléctricos furiosos. Nice & easy se diferencia del resto del repertorio porque suena como una mezcla de Mark Knopfler y J.J. Cale. También hay blues, por supuesto. Save my stuff es un shuffle potente en el que se destaca el sonido enérgico de su armónica. En cambio, en Blues got me so bad muestra más su habilidad con los doce compases en formato acústico.

Tim Hinkley es una pieza clave del álbum, tanto por sus guitarras rítmicas como por su aporte en teclados en Midnight creeper, Down line rock y Rock you. Pete Pritchard y Richard Newman completan la formación en bajo y batería. El álbum también tiene ese contraste temporal que ofrece Back in 69, un tema con un ritmo parido por Bo Diddley, y Listen to your radio station, donde se cuela un discreto beat electrónico moderno. Con todo, este nuevo álbum sirve para descubrir a una leyenda y luego empezar a bucear en su extensa discografía; o para recuperar al viejo guitar hero que una vez nos hizo estallar con I’m going home.

domingo, 2 de septiembre de 2012

El heredero de Howlin' Wolf

Foto principal gentileza de Edy Rodríguez.
Tail Dragger es cosa seria. Es un bluesman feroz, auténtico y sanguíneo. Su cuerpo esbelto se retuerce cada vez que brama sus blues. Carga con una historia densa –un homicidio y la respectiva condena- y todo eso se ve reflejado cuando empieza a cantar. Tail Dragger es una de las voces más potentes del blues actual. Si bien no deja dudas de que su máxima influencia es el legendario Howlin’ Wolf, en su voz hay retazos de otros grandes de antaño como Blind Willie Johnson y Charley Patton. Su garganta expulsa unos sonidos aguardentosos que estremecen. Anoche se presentó en el Teatro del Viejo Mercado, en el Abasto, y cautivó a una sala repleta y deseosa de buenos blues. Antes de cada canción, Tail Dragger hizo un breve relato, muchas veces inentendible por lo cerrado de su inglés. Pero más allá de esa barrera, el artista y el público se entendieron a la perfección.

Gabriel Grätzer y Adrián Jiménez
La noche comenzó cerca de las 12, con casi una hora de demora porque el teatro tardó en despejar la sala del evento anterior. Sabrina González & The Roots Band, con las guitarras de Ricky Muñoz y Florencia Horita, más la participación en armónica de Adrián Jiménez (quien volvería al escenario dos veces más después), entretuvo la primera media hora con un combo de clásicos como Blues with a feeling y I’m a woman. Sabrina es una muy buena cantante y arriba del escenario casi ni se nota que está embarazada de ¡ocho meses! Minutos después, apareció en escena el Embajador del blues argentino. Gabriel Grätzer, junto a sus laderos Diego García Montiveros y Fernando Zoff, se tomó otra media hora para reproducir el sonido del Mississippi de pre guerra, con canciones como Night time is the right time, Make me a pallet on the floor (de Mississippi John Hurt), y Highway 49. La propuesta de Grätzer siempre es diferente a lo de la mayoría de las bandas locales. Su voz es armoniosa y su guitarra destila blues –con o sin slide- entre las caricias metálicas de las escobillas sobre el redoblante y el sonido orgánico del contrabajo.
José Luis Pardo

Cerca de la 1.30 apareció en escena José Luis Pardo y sus Mojo Workers, esta vez con Maximiliano Hracek (guitarra), Machi Romanelli (teclados), Chipi Cipolla (bajo) y Gonzalo Martino (batería), más la presencia del armonicista español Quique Gómez. Pardo encaró One of these days, de Walter Horton, antes de darle la bienvenida a Tail Dragger, quien cantó durante poco más de una hora una decena de temas, muchos de los cuales fueron editados en el álbum en vivo que grabó con Bob Corritore.

Tail Dragger
Tail Dragger -traje gris, camisa bordó y un sombrero de cowboy negro- comenzó con Sitting here singing my blues. Su voz sonó tan potente y dramática que fue imposible no someterse ante su persona. Sus movimientos fueron lentos y hasta pareció que le costaba caminar, pero sus 72 años y las batallas peleadas no le impidieron bajarse del escenario un par de veces y aullar entre las mesas. El repertorio continuó con Stop lyin’, Don't start me talkin’, I am worried, Moanin’ y Shake for me. La banda, con la presencia al final Adrián Jiménez y el guitarrista brasileño Netto Rockfeller, tuvo que sortear problemas de sonido, especialmente con los micrófonos y el retorno, que el operador del teatro nunca pudo solucionar del todo. Más allá de ese detalle molesto, hubo blues y del bueno en la noche del Abasto.